miércoles, 25 de junio de 2014

Los subalternos

           Porque sonó la hora -¿por qué sonó la hora?-
hemos salido al sueño de la plaza.
El mundo es un redondo abrir de ojos.
El miedo se nos sube a la garganta.

Cruzan los matadores como rayos
felices. Como dioses. De sus capas
llega un aire de triunfo que ya nunca
tocará nuestra frente con su ráfaga.

Ningún sol brilla en este adorno mate
de pasamanería desgastada.
Borrosamente vamos y la pena
hasta la misma sangre vuelve pálida.

-¡Eh, toro! Ayer casi felices
por las dehesas. Casi niños. Cambia
la suerte -¡eh, toro!- aún para peores
quiebros. La suerte va siempre cambiada.

Ahora otros niños, como entonces -¡toro,
eh, toro!-, con su rojo y con su espada
de palo, mendigando entre turistas
ricos, por carreteras blancas.

El mundo es un redondo cerrar de ojos.
El miedo es una sed en la garganta.
Hambre con hambre -¡eh, toro!-. Niño, espera.
Hemos salido al sueño de la plaza.


                                                                   Leopoldo de Luis

domingo, 15 de junio de 2014

Media verónica de Curro Romero

           Revelación de luz, el aire orea
la geometría cálida del lance:
medio pecho ofrecido antes del cite,
el desmayo en la mano que torea,
el remate ceñido a la cadera.
La seda que acaricia y que dibuja
el albero y lo aroma con su menta.
El capote minúsculo que inventa
la inesperada curva arquitectónica:
geométrico perfume de la media
y el toro traza el cauce de la albahaca.

Ni reyerta ni música callada:
refutación ingrávida del tiempo
que se duerme, dormido e indolente,
en el vuelo interior de la cintura.

La lentitud, la hondura, la desgana,
la gracia en ese puro ofrecimiento
incorpóreo. Sublime sacrificio
de la pierna contraria, sueño inmóvil,
cuando ya nada importa morirse toreando
con la mano muy baja y la muñeca rota
en mitad de la suerte dormida y vencedora.

Delirio de campanas por Sevilla,
lujo de la fragancia del romero.
Vertical majestad de las pirámides.
Faraónica cumbre del toreo.


                                                                   Santos Domínguez

jueves, 5 de junio de 2014

El toro

           Gracia y poder. La conjunción del viento
con la soberbia estampa de la casta;
resoplido volcánico, que basta
para imponer el cetro de su aliento.

Furia infernal, guadaña en movimiento
segando cielos, y la muerte pasta
columpiándose siempre de asta en asta,
afilando el pitón en su lamento.

La cerviz indomable, llena altiva
de pánico a las sombras de la tarde,
que aparecen, allá, en la lejanía…

El animal se encela en la cautiva
suerte que encierra. El horizonte arde
presintiendo la próxima agonía.


                                                       Alfonso Martínez-Mena