martes, 25 de diciembre de 2012

Fiesta antigua de toros en Madrid (fragmento)


Madrid, castillo famoso
que al rey moro alivia el miedo,
arde en fiestas en su coso,
por ser el natal dichoso
de Alimenón de Toledo.

Su bravo alcaide Aliatar,
de la hermosa Zaida amante,
las ordena celebrar,
por si la puede ablandar
el corazón de diamante.

Pasó, vencida a sus ruegos,
desde Aravaca a Madrid;
hubo pandorgas y fuegos
con otros nocturnos juegos
que dispuso el adalid.

Y en adargas y colores,
en las cifras y libreas,
mostraron los amadores,
y en pendones y preseas,
la dicha de sus amores.

Vinieron las moras bellas
de toda la cercanía,
y de lejos muchas de ellas,
las más apuestas doncellas
que España entonces tenía.

Aja, de Getafe vino,
y Zahara la de Alcorcón,
en cuyo obsequio muy fino
corrió de un vuelo el camino
el moraicel de Alcabón.

Jarifa de Almonacid,
que de la Alcarria en que habita
llevó a asombrar a Madrid,
su amante Audalla, adalid
del castillo de Zorita.

De Adamuz y la famosa
Meco llegaron allí
dos, cada cual más hermosa,
y Fátima, la preciosa
hija de Alí el Alcadí.

El ancho circo se llena
de multitud clamorosa,
que atiende a ver en su arena
la sangrienta lid dudosa,
y todo en torno resuena.

La bella Zaida ocupó
sus dorados miradores
que el arte afiligranó,
y con espejos y flores
y damascos adornó.

Añafiles y atabales,
con militar armonía,
hicieron salva y señales
de mostrar su valentía
los moros más principales.

No en las vegas de Jarama 
pacieron la verde grama
nunca animales tan fieros,
junto al puente que se llama,
por sus peces, de Viveros,

como los que el vulgo vio
ser lidiados aquel día,
y en la fiesta que gozó,
la popular alegría
muchas heridas costó.

Salió un toro del toril
y a Tarfe tiró por tierra,
y luego a Benalguacil,
después con Hamete cierra,
el temerón de Conil.

Traía un ancho listón
con uno y otro matiz,
hecho un lazo por airón,
sobre la inhiesta cerviz
clavado con un arpón.

Todo galán pretendía
ofrecerle vencedor
a la dama que servía;
por eso perdió Almanzor
el potro que más quería.

El alcaide, muy zambrero,
de Guadalajara, huyó
mal herido al golpe fiero,
y desde un caballo overo
el moro de Horche cayó.

Todos miran a Aliatar,
que, aunque tres toros ha muerto,
no se quiere aventurar,
porque en lance tan incierto
el caudillo no ha de entrar.

Mas viendo se culparía,
va a ponérsele delante:
la fiera le acometía,
y sin que el rejón la plante
le mató una yegua pía.

Otra monta acelerado:
le embiste el toro de un vuelo,
cogiéndole entablerado;
rodó el bonete encarnado
con las plumas por el suelo.

Dio vuelta hiriendo y matando
a los que a pie que encontrara,
el circo desocupando,
y emplazándose se para,
con la vista amenazando.

Nadie se atreve a salir;
la plebe grita indignada,
las damas se quieren ir,
porque la fiesta empezada
no puede ya proseguir.

Ninguno al riesgo se entrega
y está en medio el toro fijo,
cuando un portero que llega
de la Puerta de la Vega
hincó la rodilla y dijo:

«Sobre un caballo alazano,
cubierto de galas y oro,
demanda licencia, urbano,
para alancear a un toro
un caballero cristiano». 
[…]

                                                       Nicolás Fernández de Moratín





sábado, 15 de diciembre de 2012

Illo y Romero (Seguidillas toreras)


El arte del toreo
fue maravilla
porque lo hicieron juntos
Ronda y Sevilla.

Unieron dos verdades
en una sola
con Illo y con Romero
Sevilla y Ronda.

De Sevilla era el aire
de Ronda el fuego:
y los dos se juntaron
en el toreo.

Y como se juntaron
los dos rivales
no habrá nada en el mundo
que los separe.

Tampoco se separan,
andando el tiempo,
Joselito y Belmonte
de Illo y Romero.

En José estuvo el soplo
y en Juan la brasa:
y en los dos encendida
la llamarada.

Por eso fueron
José y Juan, los dos juntos,
todo el toreo.

                                                       José Bergamín

miércoles, 5 de diciembre de 2012

894


I

Giralda, madre de artistas,
molde de fundir toreros,
dile al giraldillo tuyo
que se vista un traje negro.

Malhaya sea Perdigón,
el torillo traicionero.

Negras gualdrapas llevaban
los ocho caballos negros;
negros son sus atalajes
y negros son sus plumeros.

De negro los mayores
y en la fusta un lazo negro.

II

Mocitas las de la Alfalfa;
mocitos los pintureros;
negros pañuelos de talle
y una cinta en el sombrero.

Dos viudas con claveles
negros, en el negro pelo.

Negra faja y corbatín
negro, con un lazo negro,
sobre el oro de la manga,
la chupa de los toreros.

Ocho caballos llevaba
el coche del Espartero.


                                                       Fernando Villalón

domingo, 25 de noviembre de 2012

La novia del torero


Tiene los ojos negros y se llama Pastora,
su alma es ardiente, como la loca manzanilla;
es la que canta coplas de una tristeza mora
detrás de las floridas cancelas de Sevilla.

Es rosa de pasión que se da toda entera;
cuando anda es ritmo y gracia su garbo sevillano;
es morena y dramática como la petenera,
sensual y atormentada como un tango gitano.

Y en la tarde de toros, al rematar la suerte,
cuando el muñeco de oro ha burlado a la Muerte,
y estalla la charanga, y aplaude el circo entero,

mientras pasea el héroe su española majeza,
con sus ojos sultanes cargados de tristeza
es la única que llora, la novia del torero

                                                       
                                                        Emilio Carrere

jueves, 15 de noviembre de 2012

La verónica


¿Qué gladiador ofrece su cintura
a la muerte hecha símbolo en la arena
de esa luna partida y agarena
donde el mito se funde en escultura?

Y ¿qué milagro y rito y qué locura
lleva el hombre a la bestia que envenena
el tendido y la grada? Enhorabuena
de un olé que retumba por la altura.

El ala del capote desplegado
le trae el toro al hombre enamorado
en pos de la caricia de la muerte.

Burla el arte a la fiera enfurecida,
y al dar el bruto su última embestida
la nota de clarín cambia la suerte.
                                              
                                              
         Benjamín Arbeteta

lunes, 5 de noviembre de 2012

A Álvaro Domecq


¡Qué porte! ¡Qué señorío!
¡Qué fuerte mano en la brida!
¡Qué corveta a la salida!
¡Qué aplauso en el graderío!
La espuela acelera el brío
de un bridón de pelo bayo…
El embroque, de soslayo.
Álvaro centra la Plaza.
Con el aire de su raza,
toda España está a caballo.

                              
                                                       Adriano del Valle

jueves, 25 de octubre de 2012

(Toro y torero)


Profesando bravura, sale y pisa
graciosidad su planta:
la luz por indumento, por sonrisa
la beldad fulminante que abrillanta.
Sol, se ciega al mirarlo.
Galeote
de su ciencia, su mano y su capote,
fluye el toro detrás de sus marfiles.
Concurren situaciones bellas miles
en un solo minuto
de valor, que induciendo está a peones
a la temeridad como tributo
de sus intervenciones.

Se arrodilla, implorante valentía,
y como el caracol, el cuerno toca
a éste, que a su existencia lo hundiría
como en su acordeón los caracoles.
La sorda guerra su actitud provoca
de la fotografía.
Puede ser sonreír, en este instante
crítico, un devaneo;
un trágico desplante
- ¡ay temeraria luz, no te atortoles! -
hacer demostraciones de un deseo.

Heroicidad ya tanta,
música necesita;
y la pide la múltiple garganta,
y el juzgador balcón la facilita.

Muertes intenta el toro, el asta intenta
recoger lo que sobra de valiente
al macho en abundancia.

Ya casi experimenta
heridas el lugar sobresaliente
de aquel sobresaliente de arrogancia.
Ya va a hacerlo divino.
Ya en el tambor de arena el drama bate…
Mas no; que por ser fiel a su destino,
el toro está queriendo que él lo mate.

Enterrador de acero,
sepulta en grana el arma de su gloria,
tan de una vez certero,
que el toro, sin dudar en su agonía,
le da para señal de su victoria
el miembro que aventó moscas un día,
mientras su muerte arrastran cascabeles.

¡Se ha realizado! El sol que prometía
el pintor, si la empresa, en los carteles.
  
                                                
                                                       Miguel Hernández
                                                       de ‘Corrida Real’

lunes, 15 de octubre de 2012

"El Cordobés" dilucidado


“El Cordobés”
- ¿lo ves?,
¿no lo ves?-
no es lo que es,
es lo que no es.

“El Cordobés” es un estratega
y de tanto como se entrega
y se arrima
las balas le pasan por encima.
“El Cordobés”
es el toreo al revés
y es el mechón de través
y la muleta rabieta veleta
pero sujeta
- derecha, izquierda - a la escondida rima
que de eco en eco canta y se aproxima.
“El Cordobés”
es el bordón reñido con la prima
y la mecánica muñeca
que tuerce y quiebra la embestida seca.

“El Cordobés”
es el toreo en inglés,
en danés
y en pequinés
y en volapuk y sin mover los pies.
¿Si no te quitas tú te quita el toro?
A “El Cordobés” el toro no le quita.
“El Cordobés” imita la mezquita
menos cuando andando, andando
se va del toro y es Pasos Largos con todo el alijo
por Sierra Morena
- “adiós, mi hijo”,
dice a mi lado una chilena -.

Él es rural y tónico y sonoro.
Bendito sea “El Cordobés” de oro
y sus salidas por Úbeda carrera
y cuando sale el sol por Antequera.
“El Cordobés” hereje
excomulgado sin concilio exprés
por su tejemaneje
y porque suma: dos y dos son tres.
“El Cordobés” de puja y de subasta,
de espaldas y al trasluz, al sesgo, al bies,
que se inventa con casta
el toreo que es porque no es.
“El Cordobés” no sabe ya si existe
y se palpa y se suena y se jalea y
 en rapto como Elías por el cielo se pasea.

Y tú, recalcitrante negativo y triste,
vete a ver al fenómeno y al noúmeno
y apúntate catecúmeno
de la flámula y la fe de “El Cordobés”.
De “El Cordobés
ay,
que en San Sebastián le cantan ¡bai!
y que en Bilbao le gritan ¡es!
¿Y en Málaga? Por supuesto, ¡oui!, ¡ja!, ¡yes!

“El Cordobés”
podría ser un gran torero
pero él prefiere ser un ente
terráqueo y refulgente:
“El Cordobés”.
     
                                                
                                                      Gerardo Diego

viernes, 5 de octubre de 2012

Los toros pacen


   ¡Cómo pacen los toros lentamente
por el cerrado la menuda hierba!
¡Cómo andan tranquilos
con perezosa majestad de atletas!
Y de pronto se paran:
con pupilas serenas
mirando al horizonte
los bravos toros quedan,
y sienten en la sangre
el celo y la querencia…
Después, con paso tardo
recorren la pradera;
cogiendo van los húmedos manojos
de florecillas tiernas.

No se oye ni un bramido
en la muda extensión de la dehesa:
¡es la paz angustiosa
que precede a la sangre y la tragedia!
En la calma solemne de la tarde,
¡qué misterio de fuerza,
qué profunda quietud en el cerrado,
y qué augusto silencio por doquiera!
¡Qué ansiedad temerosa
el paisaje magnífico despierta!
De la laguna al borde, solitaria,
se yergue la cigüeña.
¡Tienen los bravos toros, mientras pacen
bajo el sol, una magnífica belleza!

Y con los duros cuernos,
de hincarlos en la tierra
en los momentos de coraje ardiente,
revestidos de flores y de hierba,
¡parécenme sagrados
toros que van a una pagana fiesta!

                                             
                                                         Felipe Cortines Murube

martes, 25 de septiembre de 2012

Manolete


Andar es muy fácil.
Lo difícil es andar sin premura.
Pasear por el miedo del ruedo
grave y con figura.

Cuando un cordobés es torero
su capa es la túnica.

Esencia y decencia:
las dos cosas juntas.

¿Quién ha visto, si no es entre sueños,
la estatua segura,
arriscada de gracia, de arte y de celo,
crispada de angustia,
caminar paso a paso, despacio,
buscándole sitio a su tumba?

                                           
                                                      Pedro Garfias

sábado, 15 de septiembre de 2012

Corrida (In memoriam Montes, 1830)


Desde que, insignificante casi, se arrancó
del toril, con el espanto pintado en el semblante,
y aceptó la terquedad del picador
y la incitación de las banderillas como 

si fuese un juego, ahora su fogosa estampa
se acrece. Mira: en qué tamaña mole
se amontona, desde el antiguo negro odio,
blandiendo su testuz cual puño airado, fiero;

no jugando ya contra uno cualquiera,
no: enarbolando en su cerviz sangrientas
banderillas por detrás de los calados cuernos,
conociendo desde ahora a su enemigo eterno,

aquel que en oro y seda rosa malva
se vuelve de súbito y, como a un enjambre
de abejas que con gesto despectivo sacudiera,
al aturdido por debajo del brazo le deja

libre el paso, mientras sus ardientes miradas
se alzan de nuevo, suavemente conducidas;
y como si aquel círculo, afuera, se remansara
en el destello y oscuridad de sus ojos
y en cada palpitación de sus párpados,

así, imperturbable, sin odio,
reclinado en sí mismo, sereno, sosegado,
hunde su estoque casi dulcemente
en la gran ola que rueda de nuevo
impetuosa a estrellarse en el vacío.

                                              
                                                        Rainer María Rilke

                                            (París, 3 de agosto de 1907)
                         (Traducción de Jaime Ferreiro Alemparte)

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Joselito en su gloria


Llora, Giraldilla mora,
lágrimas en tu pañuelo.
Mira cómo sube al cielo
la gracia toreadora.

Niño de amaranto y oro,
cómo llora tu cuadrilla
y cómo llora Sevilla,
despidiéndote del toro.

Tu río, de tanta pena,
deshoja sus olivares
y riega los azahares
de su frente, por la arena.

- Dile adiós, torero mío,
dile adiós a mis veleros
y adiós a mis marineros,
que ya no quiero ser río.

Cuatro arcángeles bajaban
y, abriendo surcos de flores,
al rey de los matadores
en hombros se lo llevaban.

- Virgen de la Macarena,
mírame tú, cómo vengo,
tan si sangre que ya tengo
blanca mi color morena.

Mírame así, chorreado
de un borbotón de rubíes
que ciñe de carmesíes
rosas mi talle quebrado.

Ciérrame con tus collares
lo cóncavo de esta herida,
¡que se me escapa la vida
por entre los alamares!

¡Virgen del amor, clavada,
lo mismo que un toro, el seno!
Pon a tu espadita bueno
y dale otra vez su espada.

Que pueda, Virgen, que pueda
volver con sangre a Sevilla
y al frente de mi cuadrilla
lucirme por la Alameda.

                                                                                                       Rafael Alberti

sábado, 25 de agosto de 2012

La sangre derramada


¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.

¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla!

La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!

No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.

No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.

¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
!Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!


                                                                   Federico García Lorca
                                                       del ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejias’